“Todo se entiende un día”, le dice la madre. Ella murió hace muchos años, cuando su hijo era adolescente. Y ahora, ya adulto, se encuentran en el parque del pueblo, al borde de la laguna, adonde él suele ir cuando lo acorralan los problemas. Ese diálogo atemporal es el primero de los cuentos con los que Alejandro Casas inicia una sucesión de historias, como puertas que se abren a medida que él se va reencontrando con la escritura, dejando atrás el “tiempo de la sequía, cuando escribir se transformó en un desierto imposible de atravesar”. El libro comienza con un diálogo interior del autor que se va a prolongar hasta el final, intercalándose entre los cuentos, abriendo las puertas de su memoria. Tiene dos dimensiones, la de ese diálogo interior, y la de los cuentos que atraviesan diferentes momentos de su vida, desde la infancia y adolescencia hasta la adultez: la madre, las hijas, los abuelos, su hermano, la amistad, los libros, la escritura, su pueblo. “¿Cómo escribir en este mundo? ¿Para qué hacerlo?”, se pregunta, y responde: “Porque hay cosas que se mantienen indemnes: el amanecer, el atardecer, una mañana de lluvia. La risa, la mirada, el encuentro con un amigo”. Al Cielo se llega en bicicleta es un libro de búsqueda y de encuentros. No es una simple recopilación de cuentos, tampoco una novela. Es un libro que oscila entre ambos géneros sin dejarse atrapar por ninguno de ellos.